Las tiendas, grandes o pequeñas, pueden servir como un espejo que refleja lo que la sociedad es en tanto que, salvo por el pequeño sesgo provocado por la segmentación del distribuidor, por el marketing del fabricante o por los ciclos de mercado, por lo general, lo que se ofrece es idéntico a lo que se compra.
Por ejemplo, yo no bebo cerveza o refrescos, pero el espacio que tienen en cualquier tienda es un claro reflejo de su peso en la dieta habitual de mis vecinos. Más extrañas, quizá por lo exótico o lo desconocido, me resultan otras categorías de producto. Pero si están es porque se venden.
Llevado a un ámbito más intelectual, si uno se da un paseo por una librería, o por la sección correspondiente de una gran superficie, se nota la enorme presencia que tienen secciones como los libros de cocina o de autoayuda. La “no ficción” ha pasado de ser la pata pequeña del negocio editorial a tener un peso similar o superior al de las obras literarias. Y es que parece que tenemos interés por aprender a vivir mejor.
En mi opinión, este interés es una muy buena señal. Pese a la cantidad de malos libros que puedan abundar en el género (al igual que sucede con la literatura), esos estantes son la muestra de que existe una sociedad que quiere aprender a comer más sano, o a tener una vida sexual más satisfactoria, o a comprender mejor cómo funciona su mente, o a tener una mejores relaciones familiares, o a disfrutar de un mayor éxito económico…
La contradicción es irónica. La misma sociedad que que se atiborra de alcohol y bebidas azucaradas quieres ser más sana, más productiva y más feliz. Pero esa es la sociedad en la que vivimos. Y los espacios comerciales son un buen espejo para conocerla.
Con el inicio del nuevo año, yo me he puesto también a repasar recetarios para vivir mejor. Uno de mis recursos preferidos para descubrir ideas nuevas y potentes son las conferencias de la plataforma TED. Precisamente allí redescubrí una potente receta para vivir de la que había sabido hacía mucho tiempo.
Hace muchos años, leí en la edición española de la National Geographic el artículo que escribió Dan Buettner sobre las zonas con mayor longevidad del mundo. En el reportaje, intentaba descubrir lo que tenían en común estas comunidades de personas que lograban alcanzar la mayor esperanza de vida. Comenzando el año, descubrí la conferencia que el mismo autor hizo para TED y de la que comparto aquí el enlace.
En esta gráfica, resume las conclusiones de su experiencia conociendo a las personas que viven estas “zonas azules” de la longevidad.

Lo que más me asombra es que la base se fundamenta en el tejido social, en las relaciones de pertenencia que establece la comunidad, codificadas en unos aspectos culturales diversos pero que comparten una misma función, integrar al individuo en una comunidad que lo acompaña y lo ampara.
En esto, las tiendas también son reflejo de la sociedad. La comunidad no se vende, ni se compra. Vivimos en una sociedad cada vez más individualizada y el esfuerzo que las nuevas generaciones tienen que hacer para establecer relaciones sociales es cada vez mayor. Mientras, los jóvenes permanecen enganchados a las redes sociales virtuales porque carecen de una alternativa analógica que satisfaga esa necesidad natural de la que, como demuestra Buettner, depende nuestra supervivencia.
Como sociedad, tenemos el reto de reconfigurar nuestras comunidades para ayudar a que cada persona encuentre su tribu.