Hace ya bastante tiempo escribí esto:
Sabes que lo que es, es.
Y la realidad suele ser tozuda.
Y lo mides y ves.
Y no hay lugar a duda.
Mas cuesta aceptar la verdad desnuda.
Pero hace no demasiado tiempo, en una de las últimas sesiones de la Escuela de Educación Emocional de Los Palacios, una de las participantes me preguntó: ¿cómo se acepta la realidad?
La pregunta nos pilló terminando y quedó sin responder del todo bien aquel día. La semana siguiente, intentando responder a la pregunta, me empecé a enfangar explorando las soluciones que a esa pregunta ofrecían distintas escuelas filosóficas.
La pregunta era pertinente, porque no hacía mucho habíamos estado hablando de cómo determinadas situaciones que enfrentamos en nuestra vida, cuando son consideradas injustas, pueden despertar en nosotros la emoción de la ira. Una ira que se acaba volcando agresivamente contra el destino, contra la providencia y contra la vida misma. Y era también una pregunta necesaria, porque la aceptación de la propia naturaleza de las emociones es una de las claves del modelo de gestión emocional con el que trabajamos.
Voy a proponer a continuación una exploración por los distintos enfoques filosóficos que creo que mejor nos pueden ayudar a aceptar la realidad.
PERSPECTIVISMO
La realidad existe fuera de nuestra subjetividad, pero nadie la puede abarcar por completo. Podemos aumentar nuestro conocimiento y comprensión de la realidad, pero en el limitado alcance de una vida humana, nunca podremos afirmar que hemos llegado a comprender la realidad en sí misma. La realidad será siempre mayor que nuestro conocimiento sobre la misma.
En este sentido, la aceptación de la realidad debería ser siempre provisional. La objetividad del consenso científico, metodológicamente falsable, es una subjetividad compartida condicionada al descubrimiento de una nueva perspectiva de la realidad que no conocíamos. Pero podemos conocer la parte de la realidad que tenemos delante de las narices. Y el perspectivismo no debe servir como justificación del misterio ni de la fantasía. Si nos damos de boca con la realidad, el hecho prevalece y deberíamos adaptar nuestra perspectiva a los hechos, y no al revés.
Esta corriente filosófica desarrollada por el español José Ortega y Gasset es uno de los fundamentos sobre los que construimos el estudio de la dimensión emocional en la Escuela de Educación Emocional.

ESTOICISMO
La mayor parte de la realidad es impersonal y está fuera de nuestro control. El mundo es enorme, como el océano, nosotros somos insignificantes, como una barquita con remos. Podemos remar todo lo que queramos y, aún así, hay veces en que las corrientes nos llevarán en sentido contrario. Pero no tiene sentido sufrir por aquellas cosas que no podemos controlar. Y frente a una realidad fuera de nuestro control sólo podemos aceptarla.
Yo suelo criticar mucho al estoicismo en relación con las emociones, porque planteaba que la virtud estaba en la apatía, en no desarrollar ninguna emoción y dirigirse a uno mismo y su propia vida de forma absolutamente racional. Creo que las emociones forman parte de nuestra naturaleza, una naturaleza más grande que nosotros, y que no aprender a aceptar nuestras emociones sería una incoherencia para un estoico.
Sin embargo, en un mundo en el que el ser humano ha creído que tiene el poder de controlarlo todo mediante la tecnología, conviene volver de vez en cuando al estoicismo para ganar humildad y comprender que estamos remando en medio de un océano colosal.
VITALISMO
La realidad existe porque yo existo. Si no hubiera nacido, si no hubiera crecido lo suficiente para tener conciencia de mí mismo y del mundo que me rodea, no tendría que enfrentarme al problema de aceptar la realidad. Aceptar la realidad es también aceptarse a uno mismo, porque soy quien soy, en la mayor parte, por esa realidad.
Puede que haya cosas de mi familia o de mis vecinos o de mi cultura que no me gusten, que me generen rechazo. Pero esa es la familia y la ciudad y la cultura de la que provengo. Si me acepto a mí mismo ahora, acepto todo el pasado que ha sido necesario para que yo sea quien soy ahora.
Fue Nietzsche quien mejor explicó esto en los conceptos de “amor fati” y “eterno retorno”. Y, desde esta filosofía, creo que tenemos una de las mejores respuestas a cómo aceptar la realidad. La realidad se acepta viviendo. Y nuestra propia naturaleza nos impulsa, desde que somos pequeños, a aceptar esa realidad, a explorarla, a metérnosla en la boca, a jugar con ella, a crearla y a destruirla.

OTRAS FILOSOFÍAS
Creo que podríamos encontrar respuestas en muchos otros enfoques filosóficos. Uno de mis preferidos es el taoísmo. En parte, se parece bastante al estoicismo, pero hace más énfasis en la adaptación a la realidad. Actuar conforme a la naturaleza de las cosas, no en su contra. Algunos textos taoístas son expresiones poéticamente poderosas de la importancia de aprender a vivir en concordancia con el Tao.
Pero también creo que el existencialismo tiene mucho que aportar. Somos inevitablemente libres y tenemos que elegir una actitud frente a la realidad. Aceptarla o rechazarla es una cuestión de actitud y esa actitud ante la vida es una de las cuestiones más importantes sobre la que debemos pensar, porque en ella está nuestra mayor capacidad de transformarnos a nosotros mismos y la realidad que nos rodea.
Pero el existencialismo también aborda el lado absurdo de esta realidad. La realidad es absurda, y aceptarla o rechazarla tampoco importa mucho. En esto, conecta con otro de mis enfoques filosóficos favoritos: el nihilismo. Nada vale nada en sí mismo. Nada importa. Somos libres de elegir lo que nos importa. Y la aceptación o rechazo de la realidad forma parte de ese ejercicio de libertad moral. Porque el bien y el mal no existen fuera de la mente humana que decide que algo es bueno o que algo es malo.
LA ACEPTACIÓN COMO MÉTODO
En mi opinión, no creo que aceptar la realidad sea necesario, simplemente creo que es muy útil, que la mayoría de las veces funciona. Es más fácil conocer algo si se acepta. Y podemos tener mayor capacidad de transformar una realidad si la conocemos en profundidad y con la menor cantidad de sesgos posibles.
Suelo decir que la gestión de las emociones se basa en aceptarlas, acompañarlas y aprender de ellas. Pero gestionar las emociones es una elección.
No tenemos que aceptar la realidad. Nadie nos obliga a ello. Pero creo que podemos aprender a aceptarla. Y en todos los años que llevamos desarrollando escuelas filosóficas, hemos acumulado ya un interesante número de teorías para ello.
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