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Cuando dibujé este esquema, a mediados de 2020, a modo de premonición o de profecía que buscaba cumplirse a sí misma por el poder mágico de enunciarse, como si fuera un arcano encantamiento alquímico, no me imaginaba que 2021 fuera a ser un año de tanto ascenso, de tanto crecimiento.

2019 fue un año muy difícil, donde se fueron cerrando algunos proyectos personales y profesionales iniciados en mi juventud, unos voluntariamente, otros no. El año terminó en un caos personal que anticipaba el caos global que iba a venir con aquella enfermedad de la que se empezaba a hablar.

2020 fue un año para caer y levantarme como no lo había hecho nunca. Y mira que me había caído ya bastantes veces, pero ninguna como aquella. En verano, con 36 años recién cumplidos, tenía la sensación de estar empezando a vivir de nuevo. De haberme pasado media vida (los 70 me parecen una prudente esperanza de vida) sin haber asegurado una posición firme en un mundo que sentía romperse bajo mis pies.

El curso 20/21 fue una travesía por el desierto, un vivir mes a mes, esperando a ver por donde iba a venir el golpe que iba a terminar de hacerme morder el polvo de una vez por todas. De fondo, todo el ruido de la pandemia sonaba lejano y me era ajeno. Yo ya vivía en mi propio confinamiento desde finales de 2019, yo ya practicaba la distancia social antes de que se hiciera obligatorio y las cosas que yo compraba en los supermercados nunca se agotaban.

Pero el golpe no llegaba. Y, mes a mes, tanto yo como los proyectos en los que estaba metido iban adelante. Necesitaba unas vacaciones en verano y me quedé sin ellas, pero seguía creciendo. Quería renovar proyectos y los cambios quedaron a medio hacer, pero el curso 21-22 empezó mejor que nunca. Quería presentar mi primer libro una bella tarde de veroño en la Plaza de Andalucía del pueblo del que soy hijo pródigo y aquel fin de semana llovió casi todo lo que hacía falta que lloviera, pero pude compartir aquel momento con mi familia y con viejos y nuevos amigos.

Estoy en el último día del año y pese a todo lo que me sigue faltando y lo que sigo echando de menos -el amar a beso partío, los pellizcos y abrazos de abrigo, pasear descalzos y cogidos de la mano por mi frontera- no termino de creerme lo bien que está terminando 2021. Me da un poco de miedo decirlo, por si es como uno de esos sueños de los que no te quieres despertar.

2021 ha sido el año en el que he aprendido a enfrentar el caos con mayor fortaleza que nunca. 2021 ha sido el año en el que he terminado de aprender a quererme a mí mismo, aunque ya tenía el curso bastante avanzado y sólo me faltaban los últimos créditos para titularme. Y 2021 ha sido el año en el que he sacado hacia fuera una buena parte de lo que tenía dentro, con la publicación de un libro en el que llevaba trabajando 7 años y con una explosión creativa en la que he compuesto 74 liras y otros tantos poemas, entre ellos algunos sonetos que me encantan.

Hoy sólo es un día más, el 13.674 desde mi nacimiento. Mañana dicen que será 2022. Para mí será el día 13.675 y, mientras pueda, seguiré contando, día a día, una vida que me encanta exprimir y cuyo jugo cada vez me sabe mejor.