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Otra centena más… ¡y vaya centena!

Después del estallido de una pandemia que ha parado el mundo (o la humanidad, mejor dicho) como casi nada lo había hecho antes, sigo manteniendo esa extraña sensación de que mientras parece que todo cambia a mi alrededor, yo apenas he notado ninguna diferencia respecto a cómo era mi vida antes.

Esta ha sido la confirmación de mi anormalidad más absoluta.

No he echado de menos los bares, ni el fútbol, ni los santos, ni la feria, ni los conciertos… No he echado de menos casi nada. Si acaso, he echado en falta abrir la puerta de Socrática durante más de un mes, pero no he echado de menos el trabajo gracias a las familias que han seguido contando conmigo en la distancia, fines de semana y vacaciones incluidos. He descubierto que no sé aburrirme y que incluso con un confinamiento obligado me faltan horas para hacer todo lo que sueño.

Y, más allá del virus y el confinamiento, han sido cien días de una intensidad vital que no hubiera sospechado antes, en los que he vivido experiencias personales ajenas a la crisis que me han brindado excelentes oportunidades para descubrirme y conocerme como nunca lo había hecho.

Y me siento raro, porque el enorme crecimiento y maduración personal que he expirementado estos cien días, apenas tiene que ver con la pandemia.

Y mientras la mayoría sigue entreteniéndose con las trivialidades del día a día, yo sigo viviendo día a día una vida profundamente anormal. Esta pandemia apenas me ha enseñado nada que no supiera ya antes. Yo ya tenía la muerte presente en mi vida y vivía con una intensidad radical antes de todo esto.

Quién sabe, quizá ahora encuentre más espíritus afines en este vivir muriendose conscientemente. Pero no quiero inflar mis expectativas, muchos están deseando distraerse de la realidad a la más mínima oportunidad.

Si lees esto, me alegro de celebrar esta centena contigo, que me has acompañado en vida. Brindemos por los sabores que nos aportan los días que, uno a uno, van tejiendo el tapiz de nuestra historia.