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Treinta de junio. Terminando el primer semestre del año. Final del curso, basándonos en la tradicional distribución del tiempo que teníamos en la escuela (todavía me tengo que corregir a mí mismo muchos días cuando digo «el año que viene» refiriéndome a dentro de dos meses). ¿Cuáles han sido mis notas?

Para empezar, me doy cuenta de que ni siquiera sé cuáles son mis asignaturas. ¿En qué materias me había propuesto aprender algo este año? ¿Para aprobar qué exámenes tenía que estudiar y hacer los deberes? Al plantearme escribir esta reflexión, aprovechando lo oportuno del día, me he dado cuenta de que, desde que no sigo los patrones establecidos por la formación reglada, no me he puesto a mi mismo nunca unas asignaturas sobre las que trabajar, curso a curso. Al mismo tiempo, me percato de la poderosa herramienta que sería en sí misma esta forma de marcarme una estructura sobre la que planificar un desarrollo personal más constante, coherente a largo plazo y con unos objetivos estratégicos que generen sinergia entre sí.

¿Cómo sería si aquellos que ya hemos salido del patrón escolar nos propusiéramos, curso a curso, superar una serie de materias para ganarnos el «aprobado»? ¿Seríamos nosotros mismos capaces de autoevaluarnos? Reconozco que en mi caso, basándome en los conocimientos y capacidades que me aporta el coaching, me veo capaz de, técnicamente, desarrollar esa autoevaluación, que al mismo tiempo tanto se fomenta por parte de los nuevos paradigmas de aprendizaje. Pero comprendo que para la mayoría, y para mí mismo también, siempre será necesario algún tipo de ayuda externa para facilitar el compromiso con cada asignatura y aumentar la calidad de la evaluación. A fin de cuentas, ¿no es eso para lo que está el coaching, en cierta manera? Como yo mismo digo, el coaching ese acompañamiento en el proceso de descubrimiento de nuestra propia grandeza.

Este verano, entre tantas otras cosas, me tomaré un tiempo para reflexionar sobre cuáles podrían ser esas asignaturas para el próximo curso. Como referencia tengo varios sistemas o paradigmas sobre los que orientarme. De Covey puedo tomar las cuatro dimensiones personales: física (adelgazar, dormir mejor, alimentación consciente…), mental (menos depresión y más optimismo, menos estrés y más respiración, y mucho aprendizaje, más todavía…), social (más amigos, más relaciones y algunas relaciones más, no muchas, en las que profundizar de verdad, aprender a abrirme emocionalmente más a las personas que me rodean…) y espiritual (más meditación, más taoísmo, tal vez empezar a probar el yoga, y sobre todo, escribir más…).

Sólo con con el paradigma de Covey, ya tengo la estructura troncal del curso bien nutrida. Algunas optativas podrían tener que ver con mejorar mi desempeño como coach y como empresario, trabajar de forma mucho más consciente mis finanzas, desarrollar mi potencial como formador…

¿Yo qué sé? Apenas acaba de empezar el verano. Sólo sé que el año que viene, el treinta de junio, me encantaría tener mis notas y ver en qué asignaturas suspendo y dónde he conseguido una matrícula de honor.