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¿Sómos responsables de los pensamientos que nos entran por los oídos?

Hace un par de días, pasando por un lugar donde había mal olor, alguien cerca mía se  quejó de lo cargado del ambiente. De manera natural y directa le dije «cierra la nariz». Me gusta el humor absurdo (en mi último cumpleaños me regalaron el mítico Monty Phyton Flying Circus), y tan absurdo como lo que le dije me resulta el hecho de quejarse gratuítamente en aquellas situaciones sobre las que tenemos escaso o nulo poder de influencia, sobre todo cuando son transitorias.

La Naranja Mecánica de Stanley KubrickLos párpados son magníficos, si hay algo que no queremos ver, sólo tenemos que cerrarlos, a no ser que estemos internos en un centro de reprogramación mental de un futuro imaginario de Stanley Kubrick. Sin embargo, hay otros agujeros sensoriales por los que no tenemos apenas opción de evitar que la información entre a nuestro cerebro. Aunque nuestro cerebro se defiende de esto con la percepción selectiva, capaz de anular aquellas señales que se mantienen constantes en nuestro entorno, es difícil evitar que en ocasiones se nos cuelen algunas cosas que no queremos tener dentro.

La gestión de la contaminación informativa es principalmente un trabajo preventivo. Podemos decidir dejar de exponernos a aquellas situaciones en las que prevemos que podemos ser alcanzados por estímulos negativos. En mi caso, por ejemplo, he dejado de exponerme a la influencia de los magazines propagandisticos disfrazados de actualidad informativa que se televisan sincronizados con las horas del comer. De vez en cuando, me sirvo algún resumen de titulares para no perderme en las conversaciones y gestiono mi propia agenda informativa para profundizar, cuando quiero, en aquellos temas que más me interesan. Y sobre todo, leo a pesonas que me ofrecen perspectivas del mundo que me permiten ampliar la mía. Pero me niego a refrendar con mi espectación el negocio del pesimismo y la victimización.

¿Pero que podemos hacer cuando la victimitis (culpas, quejas y justificaciones que nos inmovilizan y anulan nuestra responsabilidad y poder de influencia) nos contagia a través de las personas que más queremos? Ayer me sucedio esto mismo, y es por eso que hoy lo escribo.

Terminamos una excelente sesión de Gymnos Retórica, en cuyo grupo de entrenamiento estaban algunos amigos, y nos quedamos a almorzar juntos para celebrar la vida y la amistad. Y la convesación avanzaba ilusionantemente, compartiendo experiencias, proyectos y emociones. Y como no, pensamientos. Y que conste que no tengo nada en contra de compartir pensamientos. Pero llegó un momento en que los pensamientos tomaron el camino de la queja, en forma de crítica social y política y análisis pesimista de «la realidad».

Los primeros pensamientos tóxicos se me colaron sin darme cuenta siquiera, incluso yo mismo los reforzaba comentando y aportando mi opinión al respecto. Pero las alarmas, cada vez más entrenadas, no tardaron mucho en saltar. Y entonces hice lo que quizá hace tiempo no hubiese hecho. Les planté cara y me jugué la amistad, pidiéndoles antes permiso para hacer esto mismo, y les expliqué lo que estaba percibiendo y que me negaba a exponerme a unos pensamientos que podían influirme negativamente, envenándome a nivel subconsciente.

Tuve que luchar un poco contra el argumento de que se estaba hablando de «hechos», para lo que tuve que recurrir al absurdo con una de las mejores formas que conozco para cuestionar creencias. «¿Mañana va a salir el sol? ¿Esto es un hecho o una creencia?» Fue algo poco habitual, extraño en una conversación entre amigos y, según se mire, maleducado. Pero conseguimos que el círculo del amor diera una vuelta más y la confianza y aprecio mutuos fue mayor que la diferencia de puntos de vista. Ellos mismos me agradecieron más tarde la intervención reconociendo que tampoco les gustaba a dónde estaba yendo a parar la conversación.

La tarde siguió, y el almuezo se transformó en café y volvimos a conversar de experiencias y proyectos, de competencias personales y planes de negocio, de emprender y crear cosas nuevas. Y en esas conversaciones sí que quiero estar, porque me llenan de oxígeno mental para que mi cerebro respire sano y feliz.

Si nos hacemos responsables de los pensamientos que queremos incorporar a nuestra vida, podemos aumentar nuestro círculo de preocupación y, por consiguiente, aumentar nuestra influencia en nuestro entorno. Tal vez con ello ayudemos incluso a otras personas a evitar la contaminación en forma de pensamientos tóxicos que nos rodea. Y eso hará que haya valido la pena.