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Hace algunas semanas leía algo que me hizo comprender con claridad y síntesis un pensamiento que he venido desarrollando durante mucho tiempo: como seres humanos, no somos tan diferentes de los que nos han precedido durante los últimos miles de años, aunque, sin embargo, en ningún momento de nuestra historia el cambio ha sido tan importante, reconocido y consciente como en la actualidad.

Hojeando uno de los libros que tengo en la Academia Socrática, «Breve historia del saber» de Charles Van Doren, descubría este párrafo que transcribo tal cual.

En ciertos aspectos básicos, los seres humanos no hemos cambiado mucho durante los últimos cinco o diez mil años. Por lo general, aunque a veces no, los antiguos egipcios amaban a sus hijos; igual que nosotros. A los antiguos griegos les gustaba comer y beber y sentarse al sol y hablar sobre cuestiones filosóficas; lo mismo que nos gusta a nosotros, aunque seguramente no seamos tan propensos a referirnos a nuestra conversación como filosófica. Las matronas romanas se entretenían cotilleando cuando se reunían en un lugar público para limpiar la ropa; nosotros cotilleamos en las lavanderías. En la antigüedad, los hombres enfermaban y morían, nosotros también. Eran generosos, en ocasiones, y otras veces crueles; nosotros también. A veces eran presumidos y egocéntricos y otras veces, capaces de verse a sí mismos objetivamente; lo mismo podría decirse de nosotros. En general, tenían muchas más similitudes que diferencias con nosotros.

La reflexión continua hasta llegar a las diferencias que suponen algunos descubrimientos y avances científicos como los electrodomésticos y las vacunas, conquistas sociales como las vacaciones, y el mayor cambio de todos: esperar que la vida nos vaya mejor.

Un campesino de la Edad Media, lo máximo a lo que aspiraba era a no morir más pobre de lo que era. Pero no pretendía una vida mejor para sí mismo, ni tan siquiera para sus hijos. Esta aspiración es algo que se ha desarrollado desde el siglo XIX, junto con una cocepción diferente del dinero y un concepto incomprensible anteriormente: ganarse la vida.

En nuestros días, el cambio es una constante y uno de los principales motivos por los que  se hace coaching, así como el principal beneficio que como coaches prometemos a nuestros clientes. Sin embargo, aunque a veces nos viene dado como envuelto en un halo de divinidad que aparenta omnipresencia y eternidad, es un concepto relativamente nuevo y sobre el que probablemente todavía tengamos bastante que estudiar, reflexionar y definir.

Lo retomaremos más adelante, así como la cuestión de «ganarse la vida».