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¿Podemos elegir no ser felices?

No es una pregunta con trampa, pero, a mi parecer esconde la siguiente paradoja: aquel que no puede dejar de querer ser feliz, que se ve abocado a una búsqueda constante del santo grial de la felicidad, es decir, aquel que no puede elegir no ser feliz, es infeliz; sin embargo, aquel que puede ejercer la libertad de decidir no ser feliz, es feliz.

Éste es mi parecer, la impresión que me llega de mi experiencia y mi conocimiento. Alguien puede estar en desacuerdo con lo que acabo de plantear, pero si seguimos la anterior argumentación, se podría concluir (excúsadme si peco de excesiva falacia) que una forma eficaz de ser feliz es no querer serlo, o al contrario, que no habrá forma de ser feliz mientras se quiera.

La idea de no poder ser feliz queriendo serlo me recuerda aquellas cosas a las que Juan Antonio Rivera llamaba en su libro lo que no se puede conseguir a fuerza de voluntad, es decir, que hay ciertas cosas que no se pueden conseguir por más que se quieran y se trabaje y se persevere para conseguirlas, como, por ejemplo, el amor sincero de los demás, la salud o, como es el caso, la felicidad. El ejemplo paradigmático es Ciudadano Kane, que tras conseguir durante toda su vida enormes cantidades de poder y fortuna, fue incapaz de recuperar la felicidad que sentía de niño con el trineo con el que jugaba.

De este libro de Rivera, y en relación con la felicidad y otras cosas, también podría referirme al apetito faústico y el amor fati. Pero eso será en otro post.

El caso es que, a mi entender, todo apunta a que hay ciertas cosas que nunca serían válidas como objetivos, poniéndonos en la situación, por ejemplo, de un proceso de coaching. Pero parece, sin embargo, que en este mundo no hay más remedio que hacer todo lo posible por ser felices (así valdría igualmente para mejorar la salud o encontrar el amor).

¿Qué está pasando? Aquí, no me queda más remedio que recurrir a mi formación como mercenario del mercado, ayudado también por las ideas que comparte Julen Iturbe en su blog desde hace bastante tiempo. Es posible, y en mi opinión bastante probable, que la fuerza que tienen estos conceptos en nuestra historia contemporánea (entiéndase desde hace dos o tres siglos, chispa más o menos) pueda deberse a que han sido utilizados como mecanismo de motivación orientado hacia un control de nuestro comportamiento como masa, los recovecos a la individualidad permiten respirar a un sistema que revolucionó el anterior (la esclavitud con cadenas) para que no colapse. A fin de cuentas, hablo de que estas ideas se utilizan para poner en marcha la rueda de este nuevo sistema de esclavitud del dinero, o más concretamente, de la deuda. Y de tal forma, nos vemos inundados por llamadas a ser más felices, más amados y más saludables o jóvenes (ponga aquí el lector un ejemplo a su gusto, que seguro que lo encuentra). Todo para participar del consumo y que todo siga funcionando, manteniendo un status quo donde las élites están cada vez más separadas del resto de la población (como ejemplifica a la perfección la última lista de Forbes).

Y este sistema sigue perfeccionándose. Ya sea en forma de mercado del alma sustentado en el cuarto sector gracias al fetiche de la felicidad o en forma de edad oscura apocalíptica y catastrófica para que la destrucción aumente la brecha.

Sin embargo, como el cuchillo de cocina que se convierte en el arma de un crimen, la felicidad no es la culpable, sino la herramienta. Y esta misma herramienta puede ser utilizada para motivar un crecimiento constante que haga a las personas capaces de conseguir cosas que nunca antes hubieran imaginado conseguir, ganando libertad y conocimiento, en vez de ser utilizados.

Pero, volviendo a la paradoja, para esto, tal vez lo mejor sea empezar por no querer ser feliz. O por serlo de otra manera.

¿Y tú, de verdad quieres ser feliz?