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En el principio fue el pensamiento,
la palabra le dio forma
y por la escritura
se hizo acción.

Hay momentos de nuestra vida en los que experimentamos una intensa sensación de estar comenzando una nueva etapa. «Este es el momento de embarcarse. Todos los signos auspiciosos están en su lugar.» me recuerda Karin Usach en su blog, traduciendo a Deng Ming-Dao.

En el comienzo, la ilusión está en su nivel máximo y el futuro está lleno de esperanza. Cuando empezamos, trabajamos más y mejor, de forma más alineada con nuestros objetivos, con más optimismo. Sin embargo, el tiempo pasa, los resultados se retrasan, los objetivos no se cumplen y el cansancio hace mella. Y todo parece acabarse. Y un buen día… Se dan de nuevo las circunstancias para que experimentemos el comienzo de una nueva etapa.

¿Y si pudiéramos hacer que los ciclos fueran cada vez más cortos? ¿Y si llegáramos a experimentar cada mañana al levantarnos que ese es un nuevo comienzo, el primer día del resto de nuestras vidas?

Trabajando en coaching, muchas veces se comprueba cómo la mayor dificultad a la que se enfrenta un cliente al perseguir un objetivo es empezar. Esto se debe a que el mayor enemigo del comienzo es nuestro miedo, que tiene verdadero pavor a empezar, porque es el primero que desaparece. Empezar es vencer al miedo, y como parece demostrar la ciencia, la felicidad siempre coincide con la ausencia de miedo.

Tal vez, empezar sea el mejor regalo que puede hacerse una persona a sí misma.