Para mí, el verso libre casi no es poesía.
Porque cuando diseño un anuncio o escribo el contenido para una web o le dedico unas palabras a un estudiante para motivarle a hacer un nuevo esfuerzo, prácticamente escribo de la misma forma que lo haría para componer un poema en verso libre
Incluso escribiendo un libro de ensayo de 500 páginas, repaso numerosas veces cada párrafo en voz alta para comprobar que suena bien y que su lectura puede provocar un impacto estético en el lector.
En el fondo, la poesía puede que no sea más que una excusa para no querer darse cuenta que la vida entera es poesía. En el fondo, nuestra propia naturaleza, en su poiesis cíclica de autoconservación, es el único poema. El primer y último acto poético.
Elegía a un plato roto.
Esta mañana no era temprano,
pero la tormenta pesaba
en esta cabeza nublada
por vapores de amor,
de nostalgia y de esperanza.
Eras el fregado de ayer
que se deja para pasado mañana.
El último plato
para que tu mugre,
bajo el agua,
se ablandara.
El jabón restó fricción
a otro plato que sobre ti fregaba.
El golpe fue seco, la rotura limpia
y, lo que en un tiempo estuvo unido,
irreversiblemente,
para siempre,
se separaba.
Y nuestra historia se acabó.
Te lloré entre carcajadas
por la absurda coincidencia
de servirme de respuesta
a la pregunta que rumiaba.
Te elegí, entre cientos,
en un día lleno de ilusión.
Una pieza elemental
de la aventura que empezaba.
Casi cinco años juntos.
Pero no te echaré de menos,
aunque no seas sólo un plato roto,
porque todos nos rompemos
en este accidente que es la vida.
Me desharé de tus restos,
pero serás recordado
en tanto no se rompa la mente
que de ti se ha alimentado.
